Visita a Oporto. Día 1.

Primer día de visita. De guía, un folio a doble cara con sugerencias recopiladas de amigos, familiares y algún que otro blog y el plano de la ciudad, 50% mapa, 50% publicidad que te entregan en los hoteles. No tardo en darme cuenta de que, cuando lo dejas en la habitación del hotel, dicho mapa pierde toda su utilidad. Así que a la aventura, rumbo al primero de los objetivos y el primero fuera de la lista: un sitio donde desayunar. Aparte de que me aburren los típicos desayunos buffet, creo que en ciudades como Oporto merece la pena desayunar en cafeterías y bares. Como ya se iba haciendo tarde me metí en uno de los primeros que encontré tras un breve paseo por los jardines del Palacio de Cristal.



El local, pese a ser cutre, carecía del encanto que tiene gran parte de la ciudad. Un café con leche y un pastel de ración doble de milhoja, cuya crema había vivido mejores épocas, era lo que había disponible. Eso sí, al módico precio de 1,50€, impensable por otras longitudes. Ante la ausencia de mapas (bueno, uno escala 1:5. Sale 1 calle de cada 5), seguí rumbo cuesta abajo. Como mucho se llega al Duero. Al final, conseguí encontrar el Mercado do Bolhão. Todo un viaje en el tiempo de no menos de 25 años. Recuerdos de infancia del Mercado de San Agustín y el del Sur de Gijón. Antes de que el "progreso" y El Corte Inglés se los llevasen por delante. Desde allí, se baja (¿o se sube?) por la bulliciosa rúa de Santa Catarina, donde se encuentran la Capela das Almas y la parada obligatoria en el Café Majestic (r. Santa Catarina, 112). De las fachadas de azulejo pintado de la primera a la preciosa decoración Art Decó del segundo. Tras un café pingado, sigo hacia otros puntos que aparecen en todas las guías turísticas: la Catedral - cuya plaza sirve de inmejorable mirador, tanto para la propia ciudad como para la orilla opuesta del Duero, Vila Nova de Gaia - y la estación de São Bento (Praça de Almeida).



Para comer, desanduve parte de lo recorrido para acercarme a las cafeterías en los aldedores de pr. da Batalha. En concreto, a la Cervejeria Gazela, un pequeño bar lleno hasta la bandera. Gracias a Gaspar (si era suya la camisa), un servicial camarero que aparte de buscarme sitio y servirme un cachorro especial (un sabroso bocadillo con una salchica ligeramente picante y queso gratinado), venía cada dos minutos a ver si todo era de mi agrado - entendiéndonos como podíamos, claro. Para rematar, un helado artesanal de La Góndola, junto al Teatro Nacional S. João.

Para el resto de la tarde, apenas tenía planes, así que bajé la comida de la mejor manera que se puede visitar Oporto: perdiéndose en sus calles y callejas, sin rumbo fijo y disfrutando su singular paisaje, el paseo junto al río, ... De visitas de "interior", solamente el mercado de Ferreira Borges, un edificio clasificado de interés público y que acoge diversas actividades, desde exposiciones a conciertos. En el momento de la visita se exponían fotos realizadas por niños de distintas localidades alrededor de Oporto. De esto me enteré a posteriori y me llamó la atención pues podría haber jurado que eran obra de profesionales. Después me encaminé hacia otra de las visitas obligatorias que me perdí en mi primera visita a la ciudad (o al menos no me acuerdo): la impresionante Librería Lello e Irmão (R. das Carmelitas 144), "la más bella de Europa".


Tras la librería, una de estas sorpresas que te llevas, no por el sitio en sí, sino por el momento. Y no me refiero a encontrarme con María de Medeiros (me quedé con gana de decirle "lo mismo que te digo una cosa, te digo la otra"). Disfrutar sentado en una terraza de la pr. Coronel Pacheco del jazz que sonaba, amenizando un mercadillo.

De nuevo en marcha, recorrí la rúa Miguel Bombarda, famosa por sus galerías de arte, merecedora en cualquier caso de la visita, aunque uno no sea lo más "moderno" ni "vanguardista" del mundo. Antes de volver al hotel quería asomarme a un mirador en los jardines del Palacio de Cristal, con una vista privilegiada de los atardeceres sobre el puente de Arrábida. Estaban cerrados. No obstante, al lado se encuentra el Solar do Vinho do Porto, un acogedor local, donde se puede disfrutar de una copa de vino de Oporto y del mencionado atardecer. 2x1.


Tras descansar en el hotel y aprovechar para descargar las toneladas de material fotográfico altamente prescindible y avanzar un poco más en las aventuras de Mr. Reilly, me dirigí al restaurante sugerido del día: Abadía do Porto (r. Ateneu Comercial do Porto, 24). Por si el bacalhau Abadia (al horno) no era suficiente, completé con unos entrantes a base de pulpo y aceitunas. Fue más que suficiente. Demasiado. Y delicioso. Al igual que el vino, Muralhas de Monção. De sobremesa, visita a uno de los lugares de ocio para no perderse: el Maus Hábitos (r. Passos Manuel 178), "lugar de intervención cultural". Un poco de todo, restaurante, galería de arte, espacio para conciertos,... Eso y más. Con suerte, coincidió un concierto de varios grupos jóvenes, con música variada, desde el rock, pasando por el jazz, hasta algo más que no vi, porque estaba ya muy cansado. De vuelta al hotel (una media hora abundante caminando desde el centro), me di cuenta, cual Phileas Fogg de cercanías, que el concierto que llevaba todo el día pensando que me iba a perder, tenía lugar al día siguiente, así que aún estaba a tiempo de comprar las entradas. Pero eso ya es otro día.


Visita a Oporto. Intro.

Querido lector,

"Yo había tenido poca relación con ellos, en realidad, pues sólo me relaciono con mis iguales, y como no tengo iguales, no me relaciono con nadie."
Ignatius J. Reilly

intentaré hacer una pequeña guía con la relación de lugares que considero dignos de visitar en esta mi segunda visita a Oporto. Respecto a los viajes, soy de la opinión que segundas partes casi siempre son buenas, ya que permite disfrutar los lugares sin la urgencia del "tener que" propio de la primera vez. No obstante, amable lector, la verdadera intención de este texto es que me sirva de referencia en caso de esta no sea mi última estancia en la capital del Norte de Portugal y evitar así sorpresas como las de este fin de semana, donde tras varios días de preparación, búsqueda de hotel, reservas y demás, me di cuenta de que había reservado el mismo hotel que hace unos años cuando rascaba con los bajos de mi coche la empinada entrada a su parking. El hotel en cuestión es el HF Fenix Porto, un hotel 100% recomendable, de amplias y limpias habitaciones; con un atentísimo servicio y con una relación calidad-precio más que correcta (a través de Booking.com). Su localización también es apropiada para visitar la ciudad, a unos 25min a pie de lo que podría considerarse centro turístico y 5min de la Casa da Música.





Tras unas cinco horas de viaje incluyendo una parada intermedia (la DGT aconseja) para repostar café y combustible, llegué a Oporto a eso de las 22.00 (21.00 hora local). Habiendo disfrutado por última vez (de momento) de la vertiginosa velocidad de 120km/h según los arriesgados, ya obsoletos, límites de velocidad patrios, se hacía necesario un breve descanso en la habitación. Allí ocurrió algo que me acercó por segunda vez en 10 minutos al crudo invierno de la senilidad. ¿A qué mente depravada de reponedor se le ocurre colocar un tubo de Corega (versión germana) camuflado entre los tubos de dentrífico? Empecé a sospechar cuando no soltaba espuma alguna y era lo más parecido a cepillarse con un chicle Trident sabor neutro. Los dibujitos aclaratorios del envase despejaron las dudas.

Una vez arreglado el problemilla, me puse a buscar un sitio para la cena. Por lo general, no me gusta preguntar en los sitios donde me alojo. Por alguna curiosa razón, en localidades pequeñas acabas cenando en el restaurante del cuñado o la nuera de la persona a la que preguntas, haciendo tú el papel ocasional de primo. En áreas urbanas, se suele limitar a una fría relación comercial: restaurante y hotel tienen el mismo dueño. En este caso, en recepción me aconsejaron una cervecería a 5min a pie: Capa Negra II. Por la cantidad de gente esperando me pareció que no había sido mal consejo. Encontrar mesa era tarea imposible, así que me acomodé en la interminable barra completamente llena de gente comiendo. Entre la puerta y mi asiento, la mayoría de la gente estaba comiendo una especie de sandwich con queso fundido y una salsa por encima (las francesinhas, según su web, especialidad de la casa). Finalmente me decanté por un bife com cerveja preta (carne con salsa de cerveza negra) acompañada de una caña de Super Bock, marca que, junto a Sagres - o frente a esta - , copa el mercado cervecero portugués. De postre, unas jugosas manzanas asadas, para aligerar. Y de vuelta al hotel para leer un poco de las aventuras del señor Reilly, que después de 8 horas de trabajo y 5 de viaje no estaba el cuerpo para folklore.

To be continued...