Fiestas de Granderroble. Una pequeña historia.

Dedicado a los miembros de la Comisión de 
Festejos fallecidos en estos años: 
Juan, Mino, Baldomero, Fermín y Tono. 

En 1980 el barrio de Granderroble había celebrado por última vez sus fiestas, cuando a principios del verano de 1983 varios vecinos deciden tomar el relevo de la Asociación de Vecinos "Granderroble", formándose la Comisión de Festejos homónima, formada por Pepe Prendes, Tarín, Pepe Luis, Tono, Fermín, Javier y Juan, como Presidente. Justos de tiempo y de presupuesto, llega el 5 de Agosto donde el diario El Comercio publica la siguiente reseña.



Para el año siguiente ya se contaría con escenario e instalaciones propios y con un precioso cartel de José Luis Lobo, vecino de Quintueles, para la promoción:

Cartel de 1984, obra de José Luis Lobo.

En los años venideros animaron las fiestas clásicos de la escena asturiana, como Jerónimo Granda, Vicente Díaz, Cholo Juvacho, ... e infinidad de bandas, algunas de ellas en sus inicios, que se caían del cartel a medida que ajustaban sus cachés a su enorme calidad, como Dominó o Xente Astur. Eran años sin grandes cambios. La barraca alquilada al Traviesu, la clásica instalación de romería, el escenario de madera que requería no pocos esfuerzos para su montaje desde su hibernación en el almacén de Tono, ...

En 1994 tendría lugar un primer cambio de importancia, cuando la Comisión se decide a organizar las ventas de bebida en la barraca, cedida por la Comisión de festejos de San Miguel de Arroes. Preludio de lo que vendría al año siguiente.

Comisión a principios de los años 90, con Tono, Víctor, Juan, Corsino, María y Javier.
Miembros de la Comisión a principios de los años 90 (Tono, Víctor, Juan, Corsino, María y Javier).
Lunes 1 de enero de 1995. La fiesta ya está organizada para los días 5, 6 y 7, de viernes a domingo. Las orquestas contratadas y alquilada una carpa para proteger a los asistentes de los inclemencias del tiempo. Doce años después surge de nuevo la frase "hay que hacer algo", para impulsar las fiestas. Fijándose en lo que otros festejos estaban haciendo con éxito se decide que había que ofrecer algo de comida. Y, tras concienciuda deliberación, el bonito es el elegido. De este modo, en cuatro días se organizó la I Bonitada, con sardinas gratis para la tarde del domingo, pidiendo prestadas a los establecimientos del pueblo mesas y planchas.

A partir de entonces se celebran ininterrumpidamente las Bonitadas durante el primer fin de semana de Agosto, afirmando las fiestas de Granderroble como uno de los referentes de la zona. Entre medias, un cambio de ubicación - al otro lado de la carretera de Quintes -, el establecimiento como sociedad sin ánimo de lucro (y tantas y tantas exigencias burocráticas), la necesidad de una carpa cada vez mayor para ubicar a los más de 800 comensales y los obligados cambios en la Comisión. Con todo, han pasado los años para alcanzar este año nuestro trigésimo aniversario, que esperemos sea el primero de otros treinta.

Cartel de 2013, obra de María Fernández.

[ Más información sobre las fiestas de Granderroble: www.granderroble.org ]

Lisboa, bacalhau e saudade (II)


Por tudo isto te amo

No meu cante sempre chamo
O fado que é todo teu
É no tejo que eu me deito
Em lisboa é que eu me encontro
E me entrego neste canto

Lisboa, Amor e Saudade - Joana Amendoeira 

Viernes, 1 de Marzo

El viernes tocaba la visita a Belém. Con o tren, que me leva pola beira do Tejo, me leva me leva polo meu camiño. Y desde allí más camino, camino, a lo largo del precioso paseo fluvial, jalonado por el Padrão dos Descobrimentos y por la Torre de Belém. Viendo esta maravilla, uno se imagina una obra parecida (una fortaleza) diseñada en la actualidad por algún insigne arquitecto y a los soldados que la defienden comentando "el Calatrava este será muy fino cobrando, pero yo las paredes de cristal para parar cañonazos, sigo sin verlo..." Entre ambos y dado lo soleado de la mañana, hubo tiempo para un refrigerio en À Margem, disfrutando de su terraza a escasos metros del río.


Una vez más y por tercer día  consecutivo, el tiempo se nos echaba encima para la hora de la comida antes de que nos cerrasen todas las cocinas, así que decidimos coger un taxi que acortase los 1,3 km (15 min. a pie) que nos separaban del restaurante Rosa dos Mares. Y lo hizo, dejándolo en 10 km y 15 min en coche. ¿Pero y la historia del taxi y sus 2.5 millones de kilómetros, qué? De la comida poco que decir, aparte de que el bacalao al estilo de la casa estaba bueno y que para el arroz con marisco abusaron muy mucho del cilantro. No obstante, lo mejor del almuerzo nos esperaba a 50 metros: los sabrosos pastéis de Belém de la Antiga Confeitaria. Calentitos y crujientes. Con ese sabor a manteca en el hojaldre que casi sientes el colesterol taponándote las arterias. En un local con salas y salas y más salas, recubiertas de los típicos azulejos azules y blancos. Según el camarero su producción es de unos 21.000 pasteles al día. Las emprendedoras mentes mariñanas comenzaron a maquinar un negocio import-export que nos permitiese desayunar los dulces todos los días (y sacar un dinerín, claro).



Después de la gastronomía, la cultura. Apenas unos metros más allá se alza el Monasterio de los Jerónimos, de estilo manuelino y donde tienes la impresión de que el tal Manuel debía de andar muy sobrado de escudos o los pedreros se aburrían mucho. Porque uno queda boquiabierto ante la cantidad de detalles que decoran cada piedra del edificio y la elegancia de sus arcos. A destacar también la tumba de Vasco de Gama que se encuentra dentro de la iglesia. No había tiempo (bueno, ganas) para más, así que nos dirigimos a la estación. Y no tren pouco a pouco volto a miña Lisboa.






Estrenamos la tarde-noche con otro gran éxito con el sector del taxi lisboeta. Un pequeño-gran atasco que duraría hasta nuestro destino en Bairro Alto. Atascos que parecen ser una constante en las vías principales de esa zona a lo largo del fin de semana. El azar nos hizo entrar en el Wine Lover, un restaurante-vinoteca con un cierto atractivo. Atractivo que se olvidaba en cuanto escuchabas a la parejita que amenizaba la velada y que me recordaban a mí mismo cuando me vengo arriba en un karaoke. Polución acústica, vamos. Escapamos del "ruido" para pasar de nuevo por The Old Pharmacy y poder agradecerle a Rafael el consejo del día anterior y que nos recomendase (acertadamente) otro vino. Para la cena dejamos los menús más clásicos y nos fuimos a disfrutar de las "moderneces" del Oficinado do Duque. De lo que me tocó probar, muy buenas las minihamburguesas de chocos y terneras (pelín pasadas de sal, eso sí) y el Sarrajao con puré de raíces y soja perfumada. Tanto en la versión portuguesa  como en la inglesa (Atlantic Mackerel), sonaba muy bien. Cuando me enteré más tarde que fue caballa lo que cené, la cosa perdió un poco de exotismo. Aparte de esto, los mousse de chocolate con aceite de oliva, burriquín y cuscús, rabo de buey de toro, novilho bravo... pasaron en general con buena nota. Finalmente ni un buen Gintonic en el el Pensão Amor pudo evitar las persianas semientornadas y el estómago como una hormigonera en centrifugado. Así que vuelta al hotel y mañana más. Mientras los mariñanes presentes seguía glosando las bondades del hielo de las copas, hielo porque me faltan tus ojos, hielo porque me falta tu boca. Y aquí acaba el diario por ese día. Que de la noche del resto de la expedición no hay registro por escrito (y por suerte).


Sábado, 2 de Marzo

Último día y aún nos quedaban tantas y tantas cosas por visitar. Por ejemplo, subirnos al tranvía 28 para hacer un recorrido turístico por el centro de la ciudad. A falta de recorrido, recorrido y medio: lo cogimos en  la plaza Luís de Camões, pero en sentido equivocado. Así que en vez de ir al centro, nos alejó de allí. Habría quedado todo en una anécdota si no llega a ser por el automóvil que bloqueaba el paso del tranvía cuando daba la vuelta y por la bandada de cotorras españolas que taladraban el cerebelo glosando sus (desgraciadas) vidas al resto del pasaje. Con la cabeza como un bombo nos apeamos en el barrio de Alfama, para disfrutar las vistas desde sus miradores y sus desvencijadas callejuelas ("mira, aquí hay rooms-chambres y cochambres").



Tras un nuevo plato de bacalao en Lautasco (situado en un bonito patio, pero poco más reseñable) y el Clásico futbolero, última etapa de turisteo: la Iglesia de Graça con el mirador homónimo y el Castillo de San Jorge y calles adyacentes. Y vuelta a los pastéis. Esta vez en otro de los clásicos pasteleros de Lisboa: la Confetaria Nacional. Un sitio con mucho encanto y unos pasteles ricos, ricos. Dirigiéndonos al metro tuvimos un encuentro casual con algo que estaba en la agenda pero que nos habíamos saltado por razones de tiempo (o de prisas, que no es lo mismo). El famoso Elevador de Santa Justa, un espectacular ascensor de estilo neogótico.


Ya en la noche volvimos a despedirnos de The Old Pharmacy no sin antes encontrar una de esas pequeñas joyas semi-escondidas como su nombre indica. El Lost In. Un encantador bar con vistas sobre la ciudad (y sobre tejados llenos de boquetes, todo hay que decirlo). Y para cenar, una turistada: la Cervejeria Trindade. El local precioso. La comida (en mi caso bacalao desmigado con broa de maíz), correcta. Los mariscos que nos presentaron no resultaron nada apetecibles (cómilo-tu style, for cazurros only). Para acabar, estuvo complicado arrimarse a ningún bar en la zona de Cais de Sodrés. Se notaba que era sábado. Pese a las reticencias para esperar una cola de cuatro personas a la puerta del local bajo un puente, entramos en el MusicBox. Sin enterarnos de que había un concierto de funky con la Cais Sodré Funk Connection. ¡Genial cierre de periplo lisboeta!


Con todo, nos dejamos muchas cosas en el debe. Pero, si no, ¿qué vamos a hacer en la próxima visita?


Lisboa, bacalhau e saudade (I)

Si, después que yo muera, se quisiera escribir mi biografía,
Nada sería más simple.
Exactamente poseo dos fechas: la de mi nacimiento y la de muerte.
Entre una y otra todos los días me pertenecen.



Fernando Pessoa

Corría el mes de Marzo del año de gracia de 1973 cuando vino al mundo un Ilustrísimo mariñán. El cuadragésimo aniversario exigía una celebración a la altura de tan egregio acontecimiento. Lisboa fue la víctima escogida. Una selecta representación de los cuerpos mariñanes de élite acompañaría a nuestro protagonista en su aventura, de miércoles a domingo. No porque sea el tiempo que tarda la sangre en saturarse de bacalao y vinho verde, ni por ser el período a partir del cual tienes que llamar a casa para que te manden más dinero; sino porque son los días en que Easyjet tiene conexión directa Asturias-Lisboa. Posiblemente a la hora de leer estas líneas será un "eran" más que un "son", ya que está previsto cesar el vuelo de los miércoles a mediodía. Un pasito más para convertir el antes conocido como Aeropuerto de Asturias en la Pista para pasear jubilados de Ranón.

Miércoles, 27 de Febrero 

La primera sorpresa positiva del viaje se produjo antes de despegar: el nuevo aparcamiento en las cercanías del aeropuesto de Ranón, con servicio de recogida y entrega de los coches a las puertas del mismo y con el vehículo durmiendo a cubierto. Sus tarifas: 6 € los tres primeros días y 5€ a continuación. Su teléfono: 984 150 101. He de reconocer que tenía la mosca detrás de la oreja imaginándome a alguien despidiéndose mientras me birlaba el coche. Para evitar esto también es posible dejarlo directamente en el aparcamiento y que te transporten a la terminal.

El vuelo transcurrió sin novedades y, gracias al giro para enfocar la pista de aterrizaje desde el sur pudimos disfrutar de las vistas de Costa Caparica y del Tajo hasta Lisboa. Tránsito en Metro mediante, comenzamos a disfrutar de una de las características de Lisboa: las interminables cuestas empedradas. Un pequeño martirio para los pies. Una tortura yendo con maleta. Maleta que quedó alojada en el Hotel Nacional, más que correcto y bien comunicado via Metro (Estación Marqués de Pombal). El único pero, que el Wifi solamente era accesible desde recepción. Las habitaciones bastante amplias, sobre todo siendo dobles de uso individual, que ya se sabe...


Tras la comida, caminata que nos llevó a uno de los famosos miradores que regalan espectaculares vistas sobre la ciudad: el Miradouro de São Pedro de Alcântara. Y a su vera, el Elevador da Glória. Se cerró la tarde con la vista de Mãe d'Águas y su acueducto. No sin antes reponer las fuerzas que no habíamos perdido con un vino en el Solar do Vinho do Porto y los típicos pasteis de nata en la pequeña confitería Doce RealAcabamos en ésta después de haber estado buscando la recomendada por la guía de Lonely Planet. La habíamos visto antes con el comentario "ah, mira qué buena pinta esos roscones de reyes de hace dos años...", así que no era plan entrar. Pero lo hicimos, comprobamos que los pasteles tenían más pinta de estar para un museo que para una pastelería y huimos buscando una alternativa.


Después de un breve paso por boxes, tocaba la cena en el Chafariz do Vinho, un restaurante-enoteca ubicado en un antiguo depósito de agua, de gruesos muros de piedra. Había estado hacía más de 10 años disfrutando de uno de sus menús (varios platos, cada uno acompañado de un vino distinto). La comida a las 16.00 y los pasteles vespertinos no invitaban a otra panzada, así que optamos por unas raciones. A destacar, y mucho, la tosta de queso con miel y limón. Y el postre, un crumble de manzana. De sobremesa, a escasos metros pudimos pude disfrutar en el Hot Club Portugal de un concierto de Jazz de su orquesta.Como la música y las copas no gozaban del aprobado general (se quedaban en el particular), cambiamos de parroquia. A unos 300 metros, una de las visitas obligadas en Lisboa según todas las guías: el Pavilhao Chinês, un espectacular bar ricamente decorado con una amplia colección de todo tipo de juguetes y cachivaches. Entrábamos comentando lo amable que era todo el mundo tanto en los locales que visitamos (especialmente en el Chafariz) como a la gente que preguntamos por la calle, cuando nos topamos con la excepción que confirma la regla. Servicio malo, tirando para peor. Supongo que es lo que tiene tener clientes de sobra.

Jueves, 28 de Febrero

El plan para el siguiente día era abandonar Lisboa en barco, hasta Cacilhas, para almorzar por allí. Después de un paseo desde Terreiro do Paço (oficialmente Praça do Comércio) hasta Cais de Sodré, gracias de nuevo a la obsoleta referencia de la Lonely Planet, nos embarcamos en el ferry que nos cruzaría el Tajo. Si bien cumplía su función, parecía más apetecible un moderno catamarán que pasaba de vez en cuando. De hecho, despertaba cierto recelo, con comentarios del estilo "verás cuando salgamos y se ponga en modo submarino. Y por sólo 4.90€". Bueno, el caso es que llegamos a Cacilhas. Y de ahí, al Santuario del Cristo Redentor (con el autobús 101), que además de regocijo del espíritu religioso (o en ausencia de éste), ofrece unas increíbles vistas panorámicas a 360º de Lisboa y toda la región al sur del Tajo. 


A falta de referencias gastronómicas en la localidad, nos la jugamos al "tiene buena pinta" en la pantalla de la Oficina de Turismo de Cacilhas. Y cantamos bingo. Gran acierto: Amarra o Tejo, en los jardines del Castillo. Deliciosa comida, mejor vino, insuperables vistas. Todo bueno, desde los entrantes (deliciosas truxinhas de queso de cabra y miel), el peixe galo (pez de San Pedro) y la tarta de manzana de postre. Y lo panecillos recién hechos. Y el vino, Eminência. Después bajada hasta el río a bajar la comida por el paseo fluvial. A un lado el Tajo y las vistas de Lisboa; al otro, destartalados almacenes. Hasta el Ferry que nos llevaría de vuelta a la ciudad. Para hacer pausa esta vez en el Café A Brasileira, otro de las supuestas referencias a visitar. Bonito y con una escultura de Pessoa en la terraza. Punto.


Al atardecer, seguimos el consejo de probar la ginja, un licor de guindas, dulzón y más espeso que el patxarán. Lo hicimos en la Ginjinha das Gáveas, donde tuvimos una pequeña confusión con una traducción y el simpático camarero nos explicó que las meninas hoy en día sólo se podían contratar llamando a los números que aparecen en los periódicos. No, no era eso... En busca de un restaurante "fadero" dimos con la vinoteca The Old Pharmacy, un agradable lugar para disfrutar de un vino, atendido por un personal muy amable. Como Rafael, que nos instó a probar O Faia, para disfrutar de un buen bacalao a la vez que un concierto de fado en directo. Insuperable consejo. Quince minutos de actuación, quince minutos de pausa, con tres cantantes distintos. No hubo falta alegrarse con el vinho verde para que la comisión mariñana agasajase a cantantes y guitarristas con eufóricos bravos y olés (y un replay de actuación con el móvil...). Y eso porque no se podía aplaudir a los cocineros. Superior. Gambas al ajillo con guindilla, portobello (uno que ocupaba el plato) con requesón, bacalao... Así fartuquinos en cuerpo y alma acabamos la cena, con una escena tipo Los Soprano, actuación en directo y cuatro tipos en una esquina del bar como únicos espectadores.

Ya que estábamos allí había que conocer la noche lisboeta. Así que nos dejamos caer por los empedrados hasta la Pensão Amor  que parece ser uno de los sitios de moda. Decoración destartalada y buena música. De las copas, pitos y aplausos. Fue una constante del viaje las quejas sobre el tamaño del hielo de las copas  y la continua referencia a las cajas que acunan a los pescados en las lonjas (traducción libre de "esto ye como el del pescado que vende Juanón, solo y-falten les escames", una vez filtrados los improperios varios). Ya de vuelta y esquivando dealers (se extrajo un buen eslogan del tema: "Lisboa, si no te drogas es porque no quieres..."), cogimos uno de esos milenarios (en kilómetros) taxis. Un mercedes con más vueltas de cuentakilómetros que la bola del telediario (aka Pilarona). Y hacia el hotel, por las calles de adoquines a una velocidad de vértigo. Que se quedó en velocidad absurda cuando vimos que íbamos a 40-50. Pero la sensación cinética, que diría Mario Picazo, acojonaba. 

Vacaciones en Roma


Aprovecho que tengo tiempo para escribir esta entrada ahora que los recuerdos están todavía frescos. Como siempre, no pretende ser una guía de Roma, que los de Lonely Planet también tienen derecho a comer, sino un resumen de las impresiones con las que vuelvo. Lo primero, agradecer a aquellos amigos que me enviaron referencias de sitios imprescindibles para visitar y, cómo no, restaurantes que no me debía perder.


El hotel en el que me hospedé está ubicado al lado de la Estación Termini y resulta muy cómodo tanto porque ésta es el eje de las comunicaciones romanas (trenes, las dos líneas de metro, infinidad de autobuses, ...) como, sobre todo, porque es el destino de las lanzaderas que comunican los aeropuertos con el centro de la ciudad. Respecto a estas lanzaderas, un consejo: mejor que comprar el billete dentro del aeropuerto es ir directamente a los autobuses. Hay numerosas compañías, así que la mejor opción es coger el que primero sale. Veinte minutos de espera bajo un sol impropio de finales de marzo viendo salir autobuses me hicieron apearme del jumento.


Como resumen resumido: Roma es espectacular, se mire por donde se mire. Desde las históricas "escombreras" al Vaticano, sus piazzas, parques, ... De todo lo visitado, lo que más me ha impresionado es la Capilla Sixtina. Sin palabras. Aunque antes haya que hacer una suerte de recorrido IKEA por todas las salas de los Museos Vaticanos. Lo siguiente tal vez haya sido el Panteón. Si uno ya se queda alucinado ante el edificio en sí, el efecto se multiplica cuando se cae en la cuenta de que tiene más de 2000 años y soluciones para la cúpula que todavía dan que pensar a los técnicos de hoy en día. Otra cosa agradable visitando Roma es que hay tanto que ver que en cada paso te encuentras rincones y obras de arte históricas: cuadros de Caravaggio (Iglesia de S. Luigi dei Francesi), el Moisés de Miguel Ángel (Iglesia de S. Pietro in Vincoli), la Bocca della Veritá (S. Maria in Cosmedin), ... Para un mariñán, cabe destacar la Basílica de Sta. Maria Maggiore, también conocida como Basílica de Santa María de las Nieves. Parece ser que de aquella los guionistas de la Iglesia andaban tan escasos de imaginación como los de Hollywood de hoy en día y se dedicaban a hacer remakes de mitos y leyendas en distintos sitios. Lo que está por ver es si fue antes la de Roma o la de Granderroble. :)


Algo que también destacaría y que no aparecen como Top Ten en las guías son los miradores sobre Roma. A los más conocidos de Gianicolo, al otro lado del río Tíber, y desde la Pza. Napoleone I (Villa Borghese, sobre Pza. del Popolo) añadiría las vistas desde el Jardín de los Naranjos en el Parco Savello, sitio ideal para un picnic. Sobre la Villa Borghese, imprescindible visita a sus jardines y, según dicen, a su Galería. En la guía sugería reservar las entradas. No es una sugerencia: es IMPRESCINDIBLE. Fui el miércoles y las entradas ya estaban agotadas hasta el domingo.


De igual manera, no me defraudó en absoluto la "excusa" elegida para el viaje: una exposición de Steve McCurry en el MACRO Testaccio. Impresionante montaje de una retrospectiva de 200 fotografías. Lamentablemente, solo disponible hasta el 20 de abril. Como añadido, una muestra de Cartier-Bresson en el Palazzo Incontro. Para qué quieres más...



Sorprendente la cantidad de turistas que había en esta época del año. No quiero ni pensar cómo estará aquello en verano, donde el calor también se multiplica. Eso sí, no menos numerosas las hordas de pakistaníes, o lo que sean, que se dedican al negocio turístico very-low-cost. En general, siempre había visto la venta de artículos en algún modo relacionados con la localidad, pero a las sombrillas y gafas de sol quema-retinas se sumaba en este caso un desconcertante "juguete": unos cerdos que estampaban contra el suelo dejándolos hechos un charco baboso para al instante recuperar sus porcinas curvas. No sé, no lo veo. Supongo que ni yo ni el resto de turistas, porque en cuatro días no vi vender ninguno. Y no sería por cerdos por las calles... Después, el tema mimos; a los "clásicos" cow-boy dorado y Estatua de la Libertad de papel de aluminio se sumaba en este caso el colmo de lo freak: en la piazza Navona, un soldado imperial tocaba unos timbales electrónicos. La única relación que le veo es que la Estrella de la Muerte era una nave grande, pero no sé...


Comercio (y bebercio) romano

Que no falte el turismo gastronómico. He de decir que no abusé (ni casi usé) de los helados. Un par de ellos. Lo que sí degusté en abundancia fue café. Riquísimo. Probé en la Tazza d'Oro (al lado del Panteón), el Grand Caffé la Caffetiera, Caffé Sant Eustachio (en la plaza del mismo nombre), Caffé Rosati (en la Pza. del Popolo), ... Recomendaría tomarlo de pie en la barra (de esta manera pagué 0.90-1.00 €). Tomando el café en la terraza corres el riesgo que, amén de un albano-kosovar con acordeón, venga la tuna a cantarte "Clavelitos". De ejemplo, los 4.60€ que me espetaron en el café Rosati. Dado que el café italiano suele ser corto, a ese precio/l. da para traer a Juan Valdés y a su burro moliendo café en clase business.

De comidas/cenas, recomendaría:
  • Ai Marni (Viali Trastevere, 53): pizzas caseras y supplí al telefono (croquetas de arroz). Se salen las pizzas. Eso sí, los camareros son de esos que parece, aunque jures y perjures que nunca estuviste en ese sitio, que les debas algo.
  • Forno Campo di Fiori: para comer pizza al taglio, sentado en la fuente de la plaza homónima de cara al mercado matinal.
  • Da Enzo (Vía del Vascellari 29): muy buena. Llena de "autóctonos", que suele ser buena señal en un restaurante en zona turística. Tienen platos típicos romanos. Probé la Coda alla vaccinara, delicioso plato de ternera. Buen tiramisú.
  • La Carbonara (Vía Panisperna 214): Pues qué comer aquí sino spaghetti alla carbonara... Y una alcachofa a la romana muy buena también.
  • Di Augusto (pza Renzi 15): Rigatoni all'amatriciana (sugo de carne). Riquíiisimos. Todo a toda leche. Antes de sentarme ya había contestado a "¿Gnocci o pasta?¿vino o agua?"

La mayor parte de los restaurantes de arriba están en el Trastevere, así como los sitios para tomar algo. Una pequeña lista:
  • Bar San Calisto, en la plaza homónima del Trastevere. Terraza llena sobre todo de parroquia local.
  • Enoteca Barberini (via del Tritone 123): Enoteca y restaurante, cócteles y música en directo.
  • Freni e Frizioni: Frenos y embragues. Muy animada. Tienen antipasti (aperitivos) gratis para acompañar a al cerveza a tomar en la terraza.
  • Bartaruga: en el barrio judío. Decoración recargada y buena música. Pelín caro. Al atardecer ya no servían cafés y las consumiciones variaban entre 6 y 10 €. Si además te pides un Crodino, un refresco de sabor amargo que viene en botella de 10cl, pues sale el doble de caro...
  • Art Two, en el Trastevere, me encantó. Música en directo, muy animado, antipasti de picoteo, ...
  • Passaguai: cerca del Vaticano. Sotano y terraza. Vinos y antipasti. De referencia, una copa de Chianti, 4€.
Y esto es todo amigos. Encantado del viaje. Y con ganas de volver a re-disfrutarlo más tranquilamente y hacer menos kilómetros, que acabé el último día lleno de tiritas entre ampollas y rozaduras varias.

Enlaces a las fotos:

Día 1. Nantes.


Y arrancó el viaje con una pseudo-planificación (visitas obligatorias - días en total, sin reservas, con total sinceridad) y con la agradable sorpresa de contar con una moderna por paciente compañía (3.000 km. de clásicos de rock-blues-jazz para una amante de lo electrónico exigen una abundante dosis de paciencia). Primera etapa del viaje: Nantes, ciudad natal del genial Julio Verne.

Tras 9 horas de viaje (unos 950km) y noche en Burdeos, llegamos al destino. Arrancamos con un paseo por el casco antiguo y una visita a la Catedral, donde destaca el espectacular conjunto escultural de la tumba de Francisco II, duque de Bretaña. A continuación, empezaría en la Pl. du Pilori una ruta paralela a la de las visitas turísticas: la gastronómica. El plato de introducción fue un Rougaille Saucisses, un guiso de salchichas en salsa picante de tomate y acompañada de arroz. Para hacer la digestión, una visita al Castillo de los Duques de Bretaña, sus jardines y las tiendas de los alrededores.


Luego empezó la búsqueda de la oficina postal para el aprovisionamiento de sellos. Finalmente resultó estar al lado de la torre LU, referente del skyline nantés, si es que tienen de eso. Previo café en la Pl. Royale y visita laica a la Iglesia de St. Nicolas, tocaba disfrutar de la zona comercial (zona r. Crebillón), de manera macroeconómica, eso sí. Dos fueron los puntos a resaltar: como aficionado a la fotografía, la tienda de YellowKorner, una idea genial de negocio con fotografías originales y numeradas a un precio bastante asequible. De la calidad de las fotos, ni hablamos. Y el segundo centro es el majestuoso Passage Pommeraye, monumento histórico, repleto de esculturas de estilo renacentista. La caminata de vuelta al coche nos permitió conocer un poco más esta ciudad, de la que nos íbamos con la sensación de estar en una ciudad muy agradable para vivir (búsquedas posteriores ratificarían esta sensación: una encuesta la declara "mejor ciudad para vivir de Europa") y a la que habría que volver para conocerla más en profundidad.


Antes de abandonarla definitivamente aun hubo tiempo de visitar en las afueras la Maison Radieuse, obra revolucionaria del maestro Le Corbusier. La vista nocturna de la ciudad de Nantes desde Trentemoult, zona de restaurantes a la orilla del Loira, pondría punto final a la jornada. Lugar de descanso, su hotel ETAP más cercano. ETAP Hoteles patrocina esta entrada... Ya podían, pero en un viaje sin reserva alguna por adelantado, una guía con todos los hoteles ETAP de Francia te soluciona la papeleta de una manera considerable.


Pequeña historia de un viaje

Resulta curioso como con el paso del tiempo cada vez vuelven con más fuerza las primeras impresiones que se almacenaron en nuestra cabeza, tal vez premonición de un porvenir donde el pasado remoto sea lo único que seamos capaz de evocar y donde la última conversación o la última comida no sean sino un borrón en la memoria.


Junto con flashes de los primeros momentos de escuela o de las primeras patadas, ya torcidas, al balón, me viene el recuerdo de una casa blanca, con dinteles de piedra alrededor de puertas y ventanas de un color aguamarina. De un patio empedrado, sombrío por la presencia de un enorme peral, de frutos a prueba de dientes de leche, e inundado por el fuerte aroma de una planta de ruda. De unas habitaciones en penumbra, con su olor a madera y alcanfor. De unas estanterías repletas de libros y un tocadisco, que destacaba por nuevo y del que salían los sonidos de viejos discos de Gardel y de Atahualpa Yupanqui - años después reproduciría mis primeros LPs (y los últimos). En la cocina, una pequeña figura trajinaba en una cocina de carbón, con diminutas ollas más propias de un juego de muñecas. Un personaje peculiar, que desentonaba con su entorno, como la pieza cuadrada que no encaja en el agujero redondo. Sea por sus modales pausados, por su deje porteño, con el apelativo ché rematando las frases. De aquella cocina me acuerdo especialmente de las meriendas, de las tostadas con mantequilla y azúcar y de los cafés solos, y de las botellas verdes de agua con gas Mondariz. Pero de entre todos los recuerdos, uno destaca por encima del resto. Un pequeño tesoro que llamaba mi atención todas las veces que visitaba aquella casa, apoyado en una mesita en el estrecho pasillo: una de esas bolas de nieve, que contenía lo que me parecía un pueblo con una iglesia en lo más alto. Disfrutaba como lo que era ocasionando temporales de nieve a los habitantes de aquella pobre aldea.



Poco tiempo después, reconocí la figura de ese pueblo en uno de los libros que mis padres habían comprado tiempo atrás, acerca de las maravillas del mundo, con lugares, monumentos y edificios famosos. Un par de fotos aéreas mostraban aquella aldea rodeada de agua hasta dejarla aislada de tierra firme y, en la segunda, sorprendentemente, situada en mitad de una playa cuyos confines quedaban fuera de los límites de la foto. ¿Qué era aquello? Como no, fantaseaba con visitar aquel lugar, cosa que se antojaba imposible en aquel momento.

Hoy, treinta años después, vivo en aquella casa y tenía un viaje que realizar...

Visita a Oporto - Día 2

Día 2. Domingo. Hoy toca día cultural. Las únicas visitas planeadas, las de dos de los principales iconos del Oporto moderno: la Casa da Música y la Fundación Serralves. Aprovechando la cercanía del hotel a la primera, empiezo por ahí. Eso sí. Primero desayunar. Eso sí. ¿Dónde? El domingo no es un día especialmente propicio para encontrar cafeterías abiertas. Tras despachar un desayuno en la primer local que encontré abierto, justo al lado de la Casa da Música, procedo a disfrutar de la impresionante arquitectura del auditorio portuense. Un edificio de formas imposibles, que maravilla desde el hall hasta la última de sus salas o terrazas.



Tras diez minutos deambulando arriba y abajo descubro que lo que se puede ver al doblar la siguiente esquina o subir la próxima escalera no van a ser las únicas sorpresas agradables de la mañana: a las 12.00 del mediodía tendrá lugar un concierto, "Carnaval no Faroeste", ejecutado por la Orquesta Sinfónica do Porto. Sin duda empiezan fuerte, con la más conocida de todas, la banda sonora de Los siete magníficos de Bernstein. En total, 7 piezas, entre las que también destaca la correspondiente a Bailando con lobos. Pero para nada es la música lo más original del concierto, sino la parte carnavalesca. Todos los músicos ataviados con disfraces y añadiendo una parte teatral a la musical, con uno ejerciendo de cow-boy malo, que usurpa el puesto de director con toda la orquesta sonando desafinada. Al final, lo desafinado no es causa de un efecto teatral, sino de que ningún músico está tocando el instrumento que le corresponde.


Tras el concierto y aprovechando lo soleado de la mañana, decido ir a Matosinhos, en busca de alguna terraza. Y la encuentro, Lais de Guia, encima de la misma playa, en una mesa cara a cara con el Atlántico. Cuando me llega la comida, algo ligero para purgar los excesos del bacalhau de la noche anterior, las nubes ya habían sustituido al sol. Y unas gotas me invitaron a largarme a la sobremesa. Próxima estación: Fundación Serralves. Una gozada el trayecto, recorriendo la costa atlántica y siguiendo por la ribera del Duero. Un atasco ayudó a prolongar el disfrute.


En la Fundación Serralves visito exclusivamente el Museo de Arte Contemporáneo de Oporto. No es que tenga la exclusiva de la visita, sino que, lamentablemente no puedo dar un paseo por el entorno, que a tenor de lo que se puede leer por internet merece la pena. La exposición principal en el momento es "Sou imortal e estou vivo", del francés Gil J Wolman. Aun no soy muy aficionado a según qué tipo de arte, la exposición está interesante. Y a una mala, siempre se puede uno entretener sacando unas fotos. Con todo, acorto la visita, ya que no quiero llegar tarde y quedar sin entrada para el concierto de la noche. Finalmente la consigo, ya en el segundo anfiteatro. Desgraciadamente, el Cafe Progresso (r. Actor Joao Guedes 5), otra de los puntos en la miniguía que me había confeccionado, está cerrado (al igual que al día siguiente) para tomar un café antes de la vuelta al hotel.


A las 21.00 (más bien un poco más tarde) daba comienzo el concierto en el Coliseu do Porto (r. Passos Manuel, 137), con el grupo barcelonés Che Sudaka saltando a escena. Me recordaron mucho a Mano Negra, buen directo, a tope de energía y mezclando estilos, hip-hop, ska... Al final de su actuación la pista de abajo seguía medio vacía. Y yo preguntándome qué hacía en el segundo anfiteatro. Sin embargo, cuando los Gogol Bordello asomaron al escenario, tras una larga media hora de espera donde ya se escuchaban los silbidos de impaciencia, estaba lleno y la gente seguía entrando. Si lo de Che Sudaka había estado animado, lo de los neoyorkinos fue un ciclón. A los 10 minutos estaba deseando poder estar en la pista saltando. A los 45 min. y la vista de los pogos y demás, me di cuenta que no tenía ni edad ni apoyo logístico para estar allí abajo. Punk con el ritmo pegadizo de la música balcánica. Y el cantante, Eugene Hütz, un animal de escenario (o un animal, simplemente, no lo sé). Si él lo dio todo en el concierto, el pobre hombre que tenía que ir detrás suyo recogiendo pies de micro abatidos, botellas tiradas de una patada o lanzando una toalla y demás también se ganó el sueldo.


A las 00.15, más que satisfecho del concierto y más que cansado, regreso al hotel. Paso por delante del Café Guarany (Avenida dos Aliados 89) donde tenía pensado cenar esa noche (café histórico de Oporto, con su pianista, etc); pero los camareros ya están sirviéndose la cena a sí mismos. Así que el lunes será otro día. El día 3.

[Fotos: Visita a Oporto. Día 2]
[Fotos: Visita a Oporto - Detalles]
[Fotos: Visita a Oporto - Gastronomía]